viernes, 7 de febrero de 2014

Machu Pichu, Perú.

 Machu Picchu. 
Fotografía: Dorita Rodríguez
Porteadores.
Fotografía: Dorita Rodriguez

Las terrazas de Machu Pichu.
Fotografía: Dorita Rodríguez

Todo comenzó cuando mi amiga Jimena Rojas Colvin me envió un mail invitándonos a mi mujer y a mí a pasar algunos días en Lima. Ella me sugirió que fuéramos a Cuzco y Machu Picchu, entregándome el antecedente de que Enrique Rovira-Beleta, el arquitecto español que promueve el diseño universal en todo el mundo, había ido usando “porteadores”  –personas que cargan a personas con discapacidad en silla de ruedas-.  Desde ese momento, enloquecí.

Volví a hablar con Jimena para que me recomendara una agencia que brindara este servicio y comencé a preparar el viaje. Coordiné los horarios con las aerolíneas, transferí dinero al Perú para hacer la reserva del hotel y especialmente para contratar el guía y los “porteadores”. Para mí era un viaje épico, porque si podía llegar a Machu Picchu podría llegar a cualquier lado.

Machu Picchu fue descubierta por el arqueólogo norteamericano Hiram Birgham, en 1902. Posteriormente, el poeta chileno Pablo Neruda ayudó a darla a conocer universalmente a través de su libro Canto General (1950), específicamente en el poema “Alturas de Machu Pichu”, que dice:

“Sube a nacer conmigo hermano,
dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra (…)
labrador, tejedor, pastor callado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados”.

El fruto de esta labor y el conocimiento de los antiguos incas ha desaparecido misteriosamente, dejando vestigios como las terrazas para el cultivo en las laderas de la montaña. ¿Qué cultivaban? ¿Cómo regaban las terrazas? Los peruanos de hoy han intentado continuar con el cultivo en las terrazas, pero sin resultados positivos.

Otra cosa que llama la atención es la formación de los guías, que tienen profesiones como profesor de historia, ingeniero informático o arquitecto. Algunos hablan varios idiomas, entre ellos japonés, italiano, francés y, por supuesto, inglés. Su físico y su apariencia no distan mucho de un peruano típico.

Así que uno llega a la “ciudad en la montaña”, con estas voces resonando en el alma. Pero, ¿qué encontramos allí? A los nuevos peruanos tratando de entender la ciencia y la técnica de los antiguos, intentando una nueva agricultura, tres mil tipos de papas, una variedad de hortalizas, mucho maíz… Cuzco se ha convertido en el laboratorio y el granero de esa zona de Perú. Sin duda la arquitectura y el diseño arquitectónico es lo que más llama la atención, transfieren esos conocimientos a la construcción de casas, en donde la madera no tiene clavos sino que yace ensamblada con otros maderos para sostener la estructura.

Llama la atención, en Machu Picchu, la distribución y la calidad de los edificios. Mientras más arriba de la ciudad, más delicadas son las piedras de las construcciones; por ejemplo, el observatorio del sol, a cargo de sacerdotes. Las casas que están más abajo, sin embargo, se revisten de piedras más toscas. Todo ello hace ver una sociedad de castas, en donde los de abajo se dedicaban a las labores manuales y los de arriba se dedicaban a labores intelectuales.

Machu Pichu está ahí como una ciudad indómita, no está contaminada por el capitalismo de nuestras sociedades. Probablemente sobreviva a miles de generaciones, como sobrevivió a los incas que la construyeron.

Ahora me detengo. En una explanada de piedras, tomo un respiro, en mi silla de ruedas, con mi cuerpo inmóvil,  junto a mis porteadores y guías, pienso y siento, que es aquí y ahora en donde quiero estar. Por un momento, que no olvidaré, me siento en armonía con el universo.