jueves, 29 de noviembre de 2007

Una acuarela de Güinope, Honduras






Los viajes por el mundo que no es el de uno, siempre son aventuras al interior de sí mismo. Acá me encuentro en Güinope, municipio del departamento de El Paraíso, Honduras, en una casa con un hermoso jardín, en donde habitan plantas y flores que por las noches sufren una metamorfosis y se transforman en animales transparentes, de colores irisdicentes, que enloquecen al viajero que busca la paz y la serenidad.

La radio emite canciones de antaño, unos boleros que hablan de una mujer que “es mi vida, mi cielo y mi Dios”, trayéndome al corazón un lenguaje que ya no usamos para referirnos a nuestras “relaciones de pareja”, tan racionales, tan negociadas, tan equilibradas, tan predecibles.

Los viajes nos arrojan como si fuéramos semillas en tierras desconocidas, en donde el sol calienta de otra manera, y el aire sabe a aromas desconocidos, en donde la piel y el color de hombres y mujeres tienen una textura distinta a la nuestra.Al mismo tiempo, nos despiertan el anhelo de comenzar de nuevo, nadie nos conoce, nadie sabe de la historia que dejamos atrás, ayer no más antes de llegar a este lugar.

Ahora, me encuentro bajo este techo gracias a la cooperación internacional, alguien pensó que este chileno podría enseñar algo en las escuelas y comunidades de este país.La verdad es que la gente a cada rato me entrega y me enseña mucho más de lo que yo traigo en mi valija.Los hombres y mujeres de esta tierra hablan con los ojos, sus miradas están llenas de intenciones, en sus ojos se refleja el ansia de ser mejores, de ser un aporte a su patria.Es que en esta tierra hay tanto por hacer, y muchas de esas tareas dependen además del dinero de la voluntad de la gente que cree que la vida va más allá de nuestras simples necesidades, acá los hombres y las mujeres creen que la comunidad es tan o más importante que la familia.

Hay algo muy antiguo en esta creencia, algo que existía antes de que el cristianismo se hiciera presente, algo que está en la esencia de la humanidad, en lo ontológico del lenguaje, algo nahualt, algo quechua, algo mapudungun, algo celta, algo ibero, algo euskaro, algo maya, algo prehistórico, algo oscuro, algo amarillo, algo azul, algo del mar…

Un sentimiento que nos hace soñar más allá de nuestra vida, algo que nos impulsa hacia el cielo infinito, una sed insaciable de vida, una necesidad imperiosa de ser parte de algo más grande.

En Argentina, Astor Piazolla un día se fundió con la música y se subió a su ilusión super sport, porque estaba “piantao” y loco de amor se fue a recorrer Buenos Aires de la mano de su mujer de su vida que lo quería tal y cómo él era, así no más “piantao”… este tango que ha recorrido el mundo y que ha muchos hombres y mujeres nos ha trastornado el corazón es un poema hermoso que nos señala el camino hacia el corazón de ser amado.

Quizás sea la necesidad de amar y ser amados lo que nos une al infinito, quizá sea el recuerdo que dejamos en los seres que aún después de muertos nos siguen queriendo el que nos permite vivir un poco más en este mundo.Y quizás para amar tenemos que enloquecer un poco, ensanchar nuestros conceptos del mundo y hacernos las preguntas que nos conducen a la felicidad.

Lo digo porque vengo de un país que se siente orgulloso de su desarrollo económico, con una cierta vanidad por ser el niño prodigio del sur del mundo, la gente acá supone entonces que somos inmensamente felices porque tenemos holgura económica.Pero yo que veo la sencillez de sus costumbres y el esfuerzo que hacen por ser felices, me pregunto en qué ponemos nosotros el esfuerzo.

Pareciera que en estas tierras los amigos duran para siempre y los amores también.Por lo menos eso es lo que uno ve en apariencia, pero no es el caso buscar un paraíso bucólico porque la pobreza duele aquí como en cualquier parte del mundo sino de iniciar el viaje hacia el encuentro de los otros.

A mí me gusta sentir que la gente me quiere y me respeta como yo los quiero y respeto. De alguna manera siento que mis fronteras se expanden más allá de mi propio país, aquí hay gente que me importa, y me siento comprometido con su presente y futuro.Quizás algún día estos hombres y mujeres de canela vayan a mi país a compartir conmigo el mundo que allí hemos construido.Lo importante es que ellos y yo hemos encontrado algo en común, algo en que todos creemos:creemos que somos gente buena para este mundo y que con nuestro esfuerzo podemos construir un puente para ir de la tierra al cielo.

Y ahora me despido, cuando en el firmamento se escuchan los primeros truenos que anuncian la lluvia y la radio me trae otra vieja canción que me habla de que todo es perenne, me recuerda que mi amor puede irse para siempre esta noche, y que el reloj marca las horas de esa partida, sé que esto es cierto, pero la esperanza duerme en los pliegues de mi viejo corazón…

lunes, 26 de noviembre de 2007

Comunidad Segundo Montes, El Salvador, Centroamérica





Hace ya varios años, por allá por 1996, viajé por razones de trabajo a El Salvador, Centroamérica. Mi objetivo era visitar la comunidad Segundo Montes, en la provincia de Morazán.


El asunto parecía sencillo, había que evaluar a un grupo de escuelas, cinco en total, construidas por una comunidad retornada del exilio y observar la nivelación de los maestros con respecto al programa de formación oficial, auspiciado por la Universidad de Girona, de Cataluña, España.


Al Ministerio de Educación, le interesaba conocer el sistema educativo implantado en estos centros escolares por el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FLNFM); las autoridades habían aceptado su implantación gracias al acuerdo de paz entre la guerrilla y el gobierno. Los campesinos, luego de la guerra, habían conquistado el derecho de construir sus propias escuelas, a formar a sus propios maestros. El gobierno aceptó esto dentro de un paquete de medidas, pero impuso en cada una de estas escuelas a un director o directora, designado por el Ministerio de Educación.


En Centroamérica, suponen que nuestro país tiene un alto desarrollo en el campo de la educación, por esa razón, se nos asignó la calidad de “expertos” y como tales debíamos entregar un juicio, supuestamente determinante para la toma de decisiones del gobierno en relación al grado de autonomía que debían tener estas escuelas y a la validación o no del trabajo de los maestros que trabajaban en ellas.


Lo que he contado hasta el momento es el pretexto que me llevó a tener una experiencia, difícil de olvidar, ya que ella reorientó radicalmente mi vida.


Vestigios de la guerra civil


Cuando llegué a mi destino, junto a Paco Álvarez, mi compañero chileno, de origen español, tuve la posibilidad de visitar la embajada de los Estados Unidos, cosa que me impresionó. A la entrada, encontramos una puerta electrónica, de las que existen en los aeropuertos para detectar metales, y, especialmente armas de fuego. Luego, bajamos unos cinco pisos bajo tierra en un ascensor con gran capacidad de carga, hasta llegar a un conjunto de oficinas ubicadas en uno de los subterráneos, era la oficina de la Agency Education Development (AED) norteamericana, allí nos atendió una muchacha muy linda, con apariencia de hippie de los 60, toda ella contrastaba con la estructura militarizada de las oficinas, no voy a molestarlos con la conversación que tuvimos, sólo quiero decir que al finalizar la entrevista nos invitó a un fast lunch lo que nos permitió ver la luz del día de nuevo. Cuando llegamos a la superficie nuestra amiga nos mostró una enorme antena satelital ubicada en uno de los patios de la embajada, ella nos decía que nadie de la embajada sabía exactamente para que servía, pero que estaba allí desde los tiempos de la guerra.


Recordaría muy bien estos detalles cuando visité, tiempo después, el Museo de la Revolución, ubicado en Perquín, pueblo ubicado en las montañas, perteneciente al Departamento del Mozote, en donde en una casa de adobe muy humilde, los guerrilleros habían reunido fotos de sus compañeros, recortes de periódicos, distintos tipos de armas, ya en desuso y aparatos, que les ayudaron en su lucha contra la Guardia Nacional y la inteligencia norteamericana. Uno de estos aparatos era un citófono, como los que se usan en los edificios para preguntar quién toca el timbre, nos contaban que el modo de uso, durante la guerra, había sido el siguiente: “un cumpa” pegaba este aparato a los alambres de púas y éstos llevaban el sonido hasta el otro extremo, en donde otro “cumpa” recibía el mensaje y de esta forma burlaban los sofisticados equipos electrónicos de los norteamericanos.


En esos momentos, me preguntaba “¿Qué hace que un grupo de campesinos de una nación subdesarrollada sea capaz de resistir con éxito, durante un tiempo indefinido, a una Guardia Nacional apoyada por toda la tecnología y el dinero de la superpotencia más grande del mundo?


Se me ocurrió que para responder esta pregunta, tenía que mirar al interior de estas personas. Así que busqué en la profundidad de su ser, en su amor, en sus creencias, en sus sueños, en sus errores y desencuentros, en sus miserias y en sus grandezas, haciendo esto descubrí mis asuntos pendientes y mis propias preguntas sin respuestas.

Quizás lo más importante que encontré en El Salvador, nada tenga que ver con la razón que me llevó hasta allá. Lo más importante fue encontrar un regalo de la esperanza para la humanidad: la Comunidad Segundo Montes.


La comunidad Segundo Montes

Para aquellos que no conocen El Salvador, tenemos que contarles que éste es un país de montañas, montes y volcanes, en donde uno encuentra una selva verdosa y rala, que se apega al monte con muelas y dientes como quién se sabe frágil para poder sobrevivir. La única forma de sobrellevar esta vida es atando los esfuerzos de todos y todas en un sólo fajo, una vida unida a otras hacen una cadena de vida, en donde una persona no sólo piensa en sí misma, sino que además incorpora en su pensamiento a aquellos que ama, a aquellos que siente como una responsabilidad suya.

Inserta en un lugar, en donde antes del retorno del exilio no había nada, la comunidad, ha construido cinco escuelas, una biblioteca, un banco y dos industrias.

Lo cuento así, porque quiero dejar claro en la mente del lector o lectora que estamos hablando de una experiencia de gestión exitosísima, desarrollada por campesinos, hijos y nietos de abuelos y abuelas, que cuando partieron al exilio, impulsados por las matanzas de la Guardia Nacional, no sabían ni leer ni escribir. Muchos ni siquiera sabían que eran personas con derecho a la vida, y menos sabían de una vida digna.

Partieron al exilio, en un campo de concentración en Honduras, en donde la vida los puso en contacto con personas que por razones humanitarias, o de cualquier otro tipo que no puedo explicar aquÍ, les enseñaron a leer, a escribir, a organizarse, a conocer y cuidar sus cuerpos, a soñar con un mundo mejor para ellos y sus descendientes. Y, lo más importante, a partir de esta vivencia, aprendieron a rescatar algo que ha estado siempre en sus vidas y en la de sus ancestros, algo que los conquistadores y la cultura del Pentágono norteamericano no han logrado aniquilar, algo que le da sentido a su existencia: compartir sus vidas con otros y ser responsables de ello.

La gente de la comunidad Segundo Montes, me sorprendió mucho, antes de viajar allá me habían informado que la mayoría eran ex-guerrilleros, miembros de una organización marxista, cuando llegué y conocí a la gente me di cuenta que la mayoría son católicos, muy devotos y que en ellos y ellas no había contradicción entre el marxismo y el catolicismo, “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, de hecho Monseñor Oscar Arnulfo Romero, es un hombre de Dios que está presente en muchos de los corazones de los hombres y mujeres que lucharon del lado de la guerrilla en El Salvador.

En las escuelas de la comunidad Segundo Montes, la mayoría de los niños y niñas andan descalzos y con las ropas raídas, pero limpios y fragantes. La mayoría de las construcciones son muy sencillas, de cemento, con grandes ventanales, sin vidrios, con tejado de pizarreño con grandes boquetes por donde se cuelan los frutos que caen de los árboles y la lluvia, que afortunadamente en estos lugares se siente como una ducha caliente. A pesar de esto, uno puede observar la organización del aprendizaje muy ligado a la vida cotidiana. Los maestros, enseñan a vivir a los niños y niñas, a tener confianza en sus propios medios y con pequeñas cosas inventan juguetes, danzas y canciones. Ningún maestro se queja de que no tiene recursos, nadie espera que alguien le resuelva sus problemas, se trabaja con lo que se tiene y con lo que hay, y con eso se trata de ser mejor. La riqueza, entonces, se construye desde el interior hacia afuera.

Los maestros, por su parte, trabajan una jornada normal y luego de caminar largos kilómetros hacia el lugar donde reciben formación para convertirse en profesores del Estado, así es todos los días. El gobierno, se comprometió a pagar una mensualidad, correspondiente a la mitad de lo que recibe un maestro promedio del Estado. Mensualidad que casi nunca llega, pasan meses y meses en que estos maestros y maestras no reciben sus sueldos. Mientras tanto, es la comunidad la que los alimenta, los abriga y los alienta a seguir adelante. ¿Significa que estos hombres y mujeres no tienen deseos de progresar, de trabajar en mejores condiciones, de recibir un salario mejor y de tener una mejor calidad de vida?

No, muy por el contrario, estos hombres y mujeres quieren ser alguien en la vida, ir en pos de sus sueños y anhelos, aunque el gobierno no les haga las cosas fáciles. Está claro que en El Salvador como en muchos otros países de la América Latina, conviven dos o más culturas en la misma sociedad. Una, la cultura dominante, blanca, europea o norteamericana, desarrollada tecnológica y democráticamente; otra, una cultura indígena, apegada a sus costumbres ancestrales, a normas y ritos que son sometidas al escrutinio de la sociedad de la información y las comunicaciones cotidianamente; y en el medio, una cultura mestiza, la mayoría de las veces apegada a los designios de los países desarrollados y las menos, nostálgica del paraíso perdido que quedó atrás, antes de la llegada del capitalismo y su institucionalidad, como si lo que se vivía en la América Precolombina fuera el Edén del cual Dios expulsó a Adán y Eva.

Las comunidades como la Segundo Montes, están tensionadas por esta diversidad cultural, deben enfrentar y relacionarse con la economía de mercado y al mismo tiempo la internacional socialista, que busca influir en esta parte del mundo. Pero lo importante es que esta comunidad y otras como ella, entienden que cada uno de sus miembros es importante, que solos no son nada, que juntos son fuertes, que la comunidad es un bosque que permite refugiarse del viento, de la lluvia y de los derrumbes de las montañas, sólo el fuego los puede dañar, pero aún así de las cenizas renacen los retoños para volver a iniciar el ciclo de la vida.

Al pasar los años y mirar hacia atrás, veo lo importante que fue este viaje, porque puso en mi corazón y en mi mente una idea y un sentimiento, las ganas de pertenecer a una comunidad, y si esa comunidad no existe, entonces trabajar fuerte y duro para crearla. En este proceso he consumido ya 11 años, en el camino fue tocando las puertas de las organizaciones que creí que querían lo mismo que yo, dado sus discursos de democracia y tolerancia, nada más lejos de la realidad, mi país está lleno de islas, de ghetos, de círculos egoístas, que sólo ven con los ojos de la ambición, lleno de manos que cuentan el dinero con una avaricia increíble, como diría el Principito hace rato que dejaron de mirar lo importante, porque el corazón se les convirtió en un gran bloque de sal.

Gracias a Dios, no sólo hay gente egoísta, también hay personas de todos los sectores y círculos cuya honradez les hace sentir vergüenza ajena por sus propios compañeros, socios y camaradas. Dentro de todo, veo día a día a hombres y mujeres, de buena voluntad que trabajan por y para sus familias y los seres que aman, cuyos corazones se han endurecido por las durezas de la vida y la sensación de desamparo en que hemos crecido estos años, pero que sin embargo, son capaces de enternecerse con el nacimiento de un niña, o de soportar un poco más la carga para que la anciana descanse un rato, o alegrarse porque un hermano encontró trabajo y podrá casarse y tener descendencia. Hoy, que no distinguimos ninguna diferencia entre las izquierdas y las derechas, tendremos que construir nuestro propio camino, nuestras propias comunidades, ese el mandato para mi vida, y el primer mensaje lo encontré en la comunidad Segundo Montes, del Departamento de Morazán, en El Salvador.



Publicado en el portal de Letras de Chile

"Amazonas, Perú" por Julio-César Ibarra*

El guía Armando Chanchari Lucas.
Julio-César e Italo Antonucci.
Delfines rosados en el río Amazonas.
Antonia e Ignacio en la selva peruana.
Julio-César y Guillermo Charpentier.

ACERCA DE CÓMO NACEN LOS PUEBLOS





Terminan las vacaciones y tenemos que retornar a la rutina cotidiana. Algunos privilegiados podemos salirnos por un rato de nuestra vida común y explorar otras posibilidades de vida. Nosotros -Paulina, Antonia, Ignacio y yo- viajamos a la selva. En mi caso, había viajado antes en las alas del proyecto de dos de mis amigos de construir una casa en comunidad de San Juan, a orillas del río Yanayacu, brazo del Amazonas peruano. Sí, allí podemos encontrar “la casa de los chilenos”, un lugar en donde se puede escuchar canciones de Víctor Jara, poemas cantados y gritados por Mauricio Redolés y otros músicos reconocidamente escuchados en nuestro país.
La selva es atractiva, y como todo fenómeno hermoso tiene su delicadeza y su adversidad. Es un lugar a donde van los exploradores, los naturistas, los antropólogos, los aventureros, los que buscan oro o la fuente de la juventud, El Dorado, y se funden con los nativos, hombres y mujeres que no han abandonado su concepción mágica del universo, personas a las cuales la concepción de progreso les ha traído aflicciones desde que llegaron los de sangre blanca a vivir a estos lugares. Se produce así una mezcla alucinante, es por esto que esta tierra, que constituye uno de los departamentos más grandes del Perú, el Departamento de Loreto, conformado en gran parte por selva y monte y selva y ríos navegables, se convierte en una tierra de sueños. Iquitos, la capital del Departamento, sólo puede ser abordada por aire o por mar. Cuando uno se pregunta por qué estando ya a principios del siglo XXI aún no han construido una carretera, los de sangre blanca responden que por qué los empresarios que se adjudicaron la concesión se robaron el dinero o fueron incapaces de asumir tamaña epopeya, los otros los de sangre roja, en cambio, cuentan que cuando los trabajadores de las empresas comenzaron a talar la selva, la Chuchupi, una de las boas venenosas que se encuentran en estas tierras, una que se yergue sobre su cola para atacar de frente, que no tiene miedo al hombre, que es atraída por la luz o el fuego y que los ataca en la selva alta, mató a tantos que éstos al final renunciaron a su labor civilizadora para salvar sus vidas. Lo cierto es que no hay carretera y por mucho tiempo no habrá.
También en la selva uno puede encontrar otro tipo de tesoro, se puede encontrar a sí mismo y si esto no llega a ocurrir por lo menos puede sacar una buena fotografía tridimensional de cómo se encuentra nuestro mundo interior. La selva también hace que uno alucine mirando hacia adentro. Muchos “gringos” viajan a la selva para probar la “Ayaguasca”, sumo que se prepara cociendo una liana vulgar del mismo nombre, brebaje muy antiguo usado por los indígenas para encontrar el sentido común de todas las cosas, ellos lo bebían en grupos para que así la construcción de sentido fuera también colectiva. Los “gringos” llegan a comprar el sumo, pagan alrededor de 20 dólares para vivir la experiencia, el chamán los encierra en un cubículo y allí se queda con ellos esperando el momento en que luego de un primer éxtasis viene el bajón y aparecen los demonios, en ese momento el brujo les tiende la mano para ayudarlos a superar el trance. La mayoría sólo encuentra lo que traen de sus países y sus hogares.
En esta búsqueda de sí mismo uno también se encuentra con la sociedad. Nosotros compartimos con Armando Chanchari Lucas, su mujer Jovita y sus hijos Meyer, Diana y Candi una visión de mundo. Hace dos años cuando nos vimos por primera vez, Armando era un guía, experto caminador por la selva, entre paréntesis, uno puede confiar su vida a este hombre sin temor a ser defraudado, su trabajo hasta entonces se había centrado en ello, sin embargo, el proyecto de mis amigos –la construcción de una casa en la selva- coincide con lo mejor de sus sueños. Por estos días, Armando, debiera ser elegido el nuevo Teniente Gobernador de San Juan de Yanayacu, que así se llama la comunidad que hemos visitado. Durante dos años ha ido hilando un sueño, en el cual su familia y esta comunidad están al centro de su preocupación.
Antes tengo que decirles que hace más de dos años se instalaron dos albergues en terrenos de la comunidad, esto sólo pudo ocurrir con el consentimiento de la comunidad, que según las leyes peruanas son los legítimos dueños de las tierras que están a orillas del río. Por supuesto que la comunidad los acogió poniendo condiciones mínimas, que por lo demás habían sido ofrecidas por estos empresarios, ellas eran que los comuneros trabajarían en los albergues por un salario mínimo y que las lanchas los llevarían y traerían gratis desde y hacia Iquitos. Al correr del tiempo, los empresarios y sus administradores no han cumplido con su palabra (no les parece historia conocida), es decir hacen trabajar a la gente y rara vez les pagan los salarios pactados, y para que decir del transporte, eso ni siquiera se puede mencionar. Es decir, existe “progreso” sólo para algunos y miseria para muchos, el Teniente Gobernador actual, como hombre que aprovecha las oportunidades ha sacado provecho de la situación, como resultado de haber albergado en su casa a un alemán interesado en la botánica del lugar ha obtenido: un motor para la luz, un motor para el bote, un motor para hacer potable el agua del río y cinco albergues para alojar a los turistas. Todo esto con el apoyo económico del alemán, que siempre le dijo que esto “también” debía ir en beneficio de la comunidad. Pues en la práctica, ello no ocurre ni ocurrirá. El actual Teniente, aprendió bien la lección.
¿Cuál es el sueño de Armando, entonces?
El sueño de Armando es usar el poder con que es investido el Teniente Gobernador para crear condiciones para mejorar la vida de los comuneros: limpiar el monte y la vereda alrededor de la cual se están construyendo nuevas cabañas para proteger a los niños de las serpientes, trazar y empedrar una calle principal en la cual instalar postes para instalar los cables que llevarán la luz a las casas, potenciar el trabajo de la escuela desarrollando actividades culturales orientadas a rescatar las creencias, leyendas y cuentos que constituyen el acervo cultural de la comunidad, plantar yuca y maíz en la ribera del río para proveer de alimento a las familias. Armando y los jóvenes han construido un bote grande, el bote de la comunidad, el cual no tiene aún el motor de la comunidad. Esta tarea no es fácil, ya que las personas que viven aquí no tienen horarios de trabajo fijos, prácticamente no cuentan con dinero y los únicos lugares de trabajo son los albergues, por lo tanto tiene que ser muy fuerte el deseo de hacer de ese lugar un paraíso para que esto ocurra. Y lo importante es que él ya lo está haciendo, lo importante es que ser el nuevo TG no es más que alcanzar un legítimo premio por algo que ya se ha iniciado, es decir no se promete nada que ya no esté germinando.
¿Y cuál es la relación entre el sueño de Armando y nuestros sueños?
Mis amigos y yo vamos a la selva a encontrarnos con nosotros mismos, a tomar aire puro, a ponernos bajo otro manto de estrellas, a medir nuestra estatura con otras miradas, a reconocer que si no existiera Armando ni nosotros el mundo sería diferente, ni mejor ni peor, sólo diferente. Aquí uno puede entender que nosotros y nuestra simiente hacemos la diferencia, aquí entendemos que capitalismo y comunismo son sólo un espejismo del alma humana y que la globalización y el poder local, sólo tienen sentido si para nosotros esto tiene sentido y pese al embate comunicacional que nos dice que apenas somos una aldea global, desde la selva le podemos decir que por generaciones podemos vivir como hombres libres luchando por nuestro amor, por nuestra tribu, por nuestra concepción de un mundo amplio, diverso, sin fronteras, justo y libre.
*Poeta, fundador de http://www.ciberokupa.cl e investigador en Educación; ha publicado poemas en la Revista Cultural Andrés Bello Nº 1, El Mercurio, Santiago de Chile, 1979; cuentos en Narradores Novísimos, Editorial Cerro Huelén, Santiago, 1983; "A la sombra de la montaña", Editorial Asterion, 2011  y escrito La montaña, poema narrativo inédito que retrata la sociedad universitaria antidictatorial de la década de los ochenta.

Para aquellos que quieran viajar a la Selva Peruana, pueden escribir a Armando Chanchari Lucas: armandoselva@hotmail.com


Publicado en revista electrónica: VENENO: Número 59. Marzo de 2002