sábado, 21 de julio de 2012

"Oropolí, El Paraíso, Honduras" por Julio-César Ibarra

Isabel, Altagracia y las niñas en Danlí.
Betío en patio de su casa en Oropolí.
Isabel y Julio-César en la escuela del Jícaro.
Julio-César en Valle de los Ángeles.
Oropolí, quizás sea el lugar más caliente que ha visitado en mi vida y sin embargo la gente es tan cálida, que siempre dan ganas de volver. En Chile existe un programa de cooperación internacional, mediante el cual dos países más desarrollados ayudan a un tercer país a desarrollar su capital humano, es así como las agencias de cooperación de Chile y Japón apoyan a Honduras en el área de educación.  En este campo, el Proyecto Da Vinci, la consultora que dirigía en aquella época, fue contratada para ayudar a fortalecer el Modelo Sintético para la Educación Básica desarrollado por la agencia japonesa en Honduras, en el componente comunidad.

Cuando llegamos por primera vez a Honduras con Isabel Espinoza (PDV), tuvimos nuestra primera reunión con Junko Funaki, representante de la Japan International Cooperation Agency (Jica), líder del equipo japonés, la que nos informó que el trabajo proyectado no se podría hace porque los maestros estaban parados, en huelga, lo que ponía en peligro la asesoría.  Frente a tamaña situación decidimos tomar el toro por las astas y asumir la situación, la decisión fue ir a buscar a la gente a las comunidades y tomar las escuelas como plataforma de esta estrategía de emergencia. 

Efectivamente así se hizo, nuestra amiga Junko  ordenó que las camionetas y los choferes de la agencia nos llevaran a todas las comunidades para convencer a padres y maestros de las ventajas de asisitir a los talleres que habíamos preparado para ellos.  Es así como subimos por unos roquerios desde los cuales uno podía ver, peligrosamente,  el valle en toda su extensión, fuimos a las comunidades de El Barro, Jícaro, Jícarito y La Mesa, en todas partes nos encontramos con la reticencia de los maestros y el apoyo de los padres de familia, lo que terminaría siendo el factor de éxito de nuestra expedición.

Hay que decir que la mayoría de los maestros de Oropolí  viven en las comunidades, que las escuelas son atendidas por un docente o dos, que son multigrados y que en general atienden entre 30 y 60 niños.   La más abandonada es la escuela de Jicarito, donde su director y único profesor de la escuela estudia Derecho por ende hace clases tres días a la semana, martes, miércoles y jueves y cobra por los cinco días, los lunes y los viernes no va porque tiene que viajar y la escuela del Barro, cuyo director no acepta la colación para los niños porque "es mucho trabajo".

Los talleres finalmente se realizaron con la presencia de maestros y padres de familia, eso debido a que los maestros nos brindaron su cooperación dado que veníamos de tan lejos a trabajar con ellos. Mientras tanto, los motoristas llevaban y traían a los padres desde las comunidades, las camionetas llenas hacían hasta tres viajes por comunidad.  Los padres de familia estaban muy motivados, sobre todo porque los talleres les daban la posibilidad de ser escuchados y tener voz.

Antes y después de cada jornada, nos alimentábamos y descansábamos en casa de Altagracia y Betío quienes nos acogieron más que como amigos, como familia. Estar en casa de Altagracia era estar en paz, pese al calor agobiante contábamos con un patio lleno de flores, por donde se colaba un vientecillo suave y refrescante.  Junto a Altagracia, sus nietas y unas amigas japonesas, el sábado, viajamos a Danlí, una hermosa ciudad, bullente de actividad, en donde la agricultura es el centro de la producción, allí almorzamos y disfrutamos de la ciudad. El domingo, Isabel y yo viajamos a Valle de los Ángeles, un lugar en donde se vende artesanía, el cual está lleno de calabazas de colores, lo que ofrece un festín de coloridos para el placer de la vista.

Oropolí fue un lugar en donde luchamos a favor de la equidad y la justicia, llevamos a cabo instancias de diálogo entre padres de familia y maestros, un momento maravilloso hecho de dulce y agraz, en donde los padres estaban felices firmardo acuerdos, en donde se comprometían a trabajar con las escuelas, del lado de los maestros aceptaron estos acuerdos con bastante reticencia, la mayoría de ellos respetaron los contratos en los cuales se comprometía a realizar actividades que comprometían a los padres de familia, como 'proyectos de aula' por ejemplo. 

Cuando volví al año siguiente, ni el maestro del Jicarito ni el maestro del Barro habían realizado actividades junto a los padres de familia, siendo que en el Jícaro y la Mesa sí lo habían hecho y todas las escuelas de Güinope. Fue una asesoría llena de dificultades, pero enfrentamos los problemas y salimos airosos.  Cuando viajamos no sabíamos con qué nos íbamos a enfrentar, nunca pensamos que tendríamos que convencer a los maestros, uno por uno, de que era justo y necesario incorporar a los padres en el aprendizaje de los hijos y que era necesario tratar a los padres de familia como interlocutores válidos, esperamos haber aportado un grano de arena a esta causa continental.

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